jueves, 1 de agosto de 2019

1. De Toledo a Torrijos




Dedicada a mis amigos y amigas inconscientes, osadas, soñadoras, románticos. ¿A quién se le iba a ocurrir dejarse arrastrar por un velero en altamar? Enamorarse del amor, hacerse herrero en los tiempos que corren, ser poeta, escribir y enseñarlo, hacerse un catamarán, escalar montañas, aprender Euskera ¿A quienes, si no a mis amigos?







Todos los errores

Demasiado recorrido para ser el primer día, demasiado asfalto también. Demasiado prepotente o chulito, porque no he preparado nada. Me cuelgo la mochila y allá voy. He salido de Toledo en estampida, ahora o nunca, debí pensar. Tengo que reconocer que necesitaba alejarme de una rutina pobre e improductiva; quería no querer nada, no pensar en nada. Y he cometido todos los errores que pensé que no volvería a cometer. El primero caminar con prisas en función del alojamiento.

Quería ir a dos o tres albergues gratuitos o baratos para rebajar el coste del viaje y por eso quise utilizar el municipal de Torrijos. Pero, los lunes y martes tienes que llegar antes de las tres de la tarde. Aún saliendo antes de las seis de la mañana, llegué a duras penas a las dos cuarenta y cinco.

Nada más salir me encuentro con un australiano y empieza el baile de caminos: ¿Camino de Levante o Camino del Sureste? En vez de Toledo a Torrijos y de Torrijos a Escalona, el camino del Sureste propone ir de Toledo a Novés y de Novés a Escalona, pero no me parece que mejore nada: Peor distribución de la distancia y no hay mejores alojamientos. El australiano sigue el Camino del Sureste.

Un tramo polvoriento

El tramo hasta cruzar el río Guadarrama ya lo había hecho en otra ocasión cuando caminé hasta Albarreal de Tajo, desde Toledo. El camino se comporta como ya sabía: camiones y coches circulando por un camino de tierra polvoriento y sin miramientos para el caminante. Algunos camioneros sí que bajan la velocidad. Los coches, creo que incluso aceleran cuando ven un caminante.


Cultivos extensivos de adormidera en la estepa sagreña

Pasé por plantaciones de lentejas y amapola blanca: el cultivo del opio, la morfina y la codeína. Después de cruzar el Guadarrama, hasta Rielves una recta interminable, una estepa de cereales agostados partida por el camino reseco. A los castellanos nos gusta este territorio: La Sagra. Con el sol en la cabeza, un carro-torre de riego parece el esqueleto de un animal prehistórico. Las torres de la luz, gigantes quijotescos. Un bocadillo apresurado en Rielves. Allí aparece un caminante con el que apenas cruzo un ¡buen camino! cuando salgo del bar; él apenas me mira.

De Rielves a Torrijos se me hace más largo de lo que mi prisa necesita. El suelo de gravilla y hormigón, sucio. No miro el mapa, que me hubiera dado indicios suficientes para no equivocarme. Camino como si supiera a donde voy. Creo que me equivoqué al cruzar Barcience y no entro a Torrijos por el lugar previsto. Además de cansado, estoy histérico porque tengo que llegar antes de las tres.

Me he hecho mucho daño en los pies. Por primera vez en mis caminatas, se me ha levantado la piel y me duele la planta del pie. La verdad es que estoy muy cansado. Lo mejor del albergue municipal es que estoy solo y es gratis. Si hubiera alguien, si tuviera que compartir habitación, sería un desastre.



La Loca del Sacramento

Torrijos tiene palacios y conventos muy bonitos: El Ayuntamiento, algunas calles y la Colegiata merecen la pena. Ahí supe de Teresa Enríquez, la loca del sacramento. Fundó conventos y hospitales, dedicó su esfuerzo y patrimonio a dar de comer a los pobres e hizo de su capa un sayo; quiero decir que cambió sus ropas ricas por estameña. ¿Por qué loca? Se conserva su cuerpo, más o menos incorrupto, en uno de sus conventos.

Hasta Medina del Campo me llama la atención que este camino lo recorrieran tantas mujeres ilusas, empeñadas en tareas descomunales: Isabel la Católica, Juana I de Castilla “La Loca”, Teresa de Jesús y Teresa Enríquez “La Loca del Sacramento”. Hablamos de los siglos XV y XVI, y es esta última la que llama mi atención, porque de ella solo había oído utilizar su apelativo como un insulto. Sus referencias me acompañarán desde Toledo hasta Medina del Campo.


1ª jornada. 4 de junio de 2019.34 quilómetros. Si fuera el camino de Sureste iría a Novés.

2. De Torrijos a Escalona



Hoy me he acordado de mis amigos que se dedican o se han dedicado a la enseñanza, profesores de cualquier cosa: de historia, de literatura, de catalán, historia de la joyería, danza, educación física, monitores de buceo, de escalada…

Viaje sin mapas

Son las siete y hace frío. Tengo que abrigarme más. Se agradece porque el temor de este viaje era el calor.

He perdido los mapas de esta jornada y parte de la siguiente. Los despistes los soluciono por las bravas: Si no hay camino a la carretera. Cuando ya está a la vista Val de Santo Domingo, veo un caminante a los lejos (aunque en dirección contraria a la mía, y atrocho para tomar esa senda. Acierto y me ahorro unos metros. Hay señales, flechas amarillas, pero pocas, muchos cruces sin ellas. A Val de Santo Domingo entro sin referencias y al llegar al centro me encuentro una concha de cerámica en la pared. Esto sí: conchas bonitas en las paredes y postes en las salidas, pero flechitas en el camino pocas. Val de Santo Domingo-Caudilla. Caudilla fue repoblada por cristiano viejos en el Siglo XII y ahí deben seguir. En la plaza, orgía de banderas, las que más de España, luego de todo lo que se pueda representar con banderas: Europa, Castilla, la del pueblo, supongo. A tono con los símbolos de trapo: yugos y flechas, cruces de San Andrés, victores y una cruz de los Caídos por Dios y por España, que dios los tenga en su gloria. Y al obispo y al párroco también. Y de paso a los dirigentes socialistas de La Mancha.

Las montañas en el horizonte refrescan el paisaje

De Val a Maqueda cambia la sensación. Gredos, en el horizonte, cambia rotundo el paisaje y, en cierto modo, refresca. También ha cambiado el suelo, ahora es de tierra. Bueno, es un decir porque hay gravas de todos los tipos que machacan los pies del caminante. En un momento, una gravilla puntiaguda y afilada convierte cada paso en un quejido de dolor. Parece puesta a mala leche. Me imagino a un concejal tomando la decisión: ¡Que se jodan los del Camino! Pues no quieren penitencia ¡Ahí la tienen!





Apenas hay vegetación silvestre a los lados del camino. Los cultivos, trigo sobre todo, llegan al límite del camino. En un punto, unos treinta metros, hay dos almendros silvestres y otros árboles y matojos. A su sombra, la única de la contornada, se reúnen todos los conejos, urracas y aves que no conozco. En los campos una maquina segadora recoge prematuramente un trigo agostado que apenas ha tenido ocasión de dar grano. Y cuando Maqueda ya está a la vista ¡a la carretera! Otros dos quilómetros de asfalto con rotonda intransitable.



Maqueda es interesante. Aquí, Teresa Enríquez, la loca del sacramento, también fundó hospital o convento. La patrona, Nuestra Señora del Otero conocida como de los Dados. Original mezcla romana, árabe y renacentista. En un bar en el que paro aparece el caminante que vi en Rielves. Apenas un saludo, suficiente para saber que es francés y que no tiene ganas de hablar. Salgo, rodeo un rollo y tomo el camino hasta Escalona, doce quilómetros de buen piso y magnífico paisaje. Cerca de Escalona comienzan las encinas. Cruzo por un arroyo escaso de agua (el arroyo del Borrico tal vez) que alimenta un bosque a sus orillas. En el barro veo las huellas ajedrezadas del caminante francés que me precede y me las aprendo por si en otro momento me sirven para algo.


Danza aérea

En este último tramo, un reactor me entretiene interpretando una danza, entre el estruendo y el silencio, que me hipnotiza: contra el fondo de montañas el avión es invisible, solo el ruido, luego vuela a mi derecha pegado al horizonte y de pronto se empina vertical, sube al cielo con un rugido largo y, cuando casi le pierdo de vista, se calla y se deja caer en silencio, trazando una diagonal, de vuelta a las montañas. Dejo de verle y oírle, una golondrina cruza el camino y la confundo con el avión. Al rato vuelve el estruendo, aparece a mi derecha, pegado al horizonte y se empina… Vuelta a empezar. La danza aérea, el buen camino y el paisaje abierto a Gredos han hecho que me olvide del dolor de los pies.

En Escalona no encuentro alojamiento, los que tenía previstos han cerrado, y termino en el Albergue Municipal, en la escuela. No hay tubería que no gotee. Luego sé que la casa rural que viene en las guías está en el centro de la ciudad y tiene buen precio. Por un prejuicio sobre las Casas Rurales no pregunté ahí. Al final me alegro de la decisión de haber ido al albergue porque, lo mismo que en Torrijos, estoy solo y por eso es bueno.

Escalona también merece una visita. El castillo y su entorno, la plaza, las murallas. Visito la iglesia de San Miguel Arcángel en la que unos niños preparan su comunión, dirigidos por un cura patoso que les hace cantar cancioncillas de esas de curas. En un bar de la plaza pido tal cantidad de comida para merendar que me la tienen que poner en una tartera para llevármela para la cena. Con los camareros bromeo y nos reímos por mi ansiedad.

Recuerdos del Lazarillo de Tormes

Maqueda y Escalona recogen algunas de las peripecias del Lazarillo de Tormes. Esa en la que el Lazarillo hace que el ciego se estrelle contra un pilón y que nos daba tanta risa a los niños, solidarios y cómplices por las desventuras del rapaz.

El Lazarillo me ha recordado a todos los que nos dedicamos a la enseñanza. Hoy el ciego soy yo.







2ª jornada. 5 de junio de 2019, miércoles. 25 quilómetros

3. De Escalona a San Martín de Valdeiglesias



A todos los que tienen pinos y pinares entre sus recuerdos

Despistado…

Qué mala jugada ha sido perder los mapas de estas jornadas. Pifio la salida de Escalona y me veo caminando por N-403 siete quilómetros hasta Almoróx. No me resigno y, en un cruce tomo un atajo para ver si corrijo mi error. Camino más de un quilómetro y me veo encerrado entre terrenos de cotos vallados que impiden el paso a la dehesa. Por la dehesa nunca se puede caminar. Me rindo y vuelvo a la carretera. Consigo apartarme del asfalto por un camino adyacente, pero acabo emboscado y ahora lo que no puedo es volver a la carretera. Tardo más de dos horas en llegar a Almoróx y me faltan aún veinte quilómetros.

Estoy en Almorox, en un bar, escribiendo, tomando unas notas para obligarme a la calma. Almoróx es un hito del recuerdo en este viaje, porque aquí vine a los campamentos de la OJE a los doce años. Antes estuvo mi hermano. Los pinos piñoneros, los pinares y los cristales de cuarzo también son una imagen y una sensación que tengo de este lugar. La torre de la iglesia, que al paso del autobús parece pobre, es una magnifica iglesia renacentista, con portada plateresca. El rollo de la plaza, también plateresco, es muy bonito.

Salgo de Almoróx con el alma en vilo porque hay mucha distancia hasta San Martín de Valdeiglesias y me temo que, sin señales y por una naturaleza complicada, puede pasar cualquier cosa. Todo va bien al principio, si no pienso en la grava suelta de los caminos, paso por un bosque recientemente calcinado, un puente romano y un tramo de calzada romana, que actúan como una máquina del tiempo nada más pisarla.



El paisaje promete al adentrarse en el pinar y, cuando estoy en un cruce sin saber por dónde ir, llega el caminante francés, llamémosle Michel, señalando el de la izquierda. Caminamos juntos, sin hablar. La verdad es que me parece un poco autista este tipo. Él lleva una guía mejor que la mía, aunque tampoco consigue orientarnos por tantos cruces sin señales. Decidimos el camino por intuición o indicios. Incluso buscamos huellas de otros caminantes. El tiene mejor guía, pero yo más intuición y nos vamos complementando. Parece que, sin decir nada, hemos decidido que es mejor perdernos juntos. Sabemos que vamos mal pero que llegaremos al camino bueno, aunque no sabemos en qué punto, y recuperaremos la orientación. Así sucede.

Cada uno va a una velocidad y nos adelantamos, ahora tu ahora yo, pero no nos perdemos de vista, Cuando cruzamos la N-403 yo me siento a descansar y le pido que siga. Me pregunta si voy bien, porque ha visto que cojeo, le digo que sí y sigue. Me calzo con sandalias y calcetines y es un alivio para mis pies recocidos.

… y perdido

El camino ha sido precioso por el pinar, que poco a poco es sustituido por el bosque de carrasca, encinas y dehesas valladas. La encina es mi árbol favorito. No se puede pedir más; bueno, sí: que no me dolieran tanto los pies. El tiempo buenísimo, todo bien hasta que en un cruce mal explicado en mi guía y sin ninguna señal, me pierdo. Sin darme cuenta camino y camino horas (durante unos metros por una calzada empedrada de cuarzo). Ya debían haber ocurrido cosas, tenía que haber visto cruces, vallas, casas que mi guía indica y, cuando estoy al borde del colapso, cuando no queda otro remedio que seguir, a ver si encuentro algún lugar habitado, aparece un forestal en un todo terreno que me indica que realmente voy camino de Pelayos de la Presa. Me lleva en su coche y compruebo que aún me quedaban horas; tantas que no hubiera llegado hoy. Desde allí cojo un autobús a San Martín de Valdeiglesias. La que pudo ser la jornada más bonita del viaje me ha resultado agotadora. No estoy cansado, la palabra sería exhausto: las emociones y el miedo también cuentan.

Llego al Hostal de Pilar que ayer me dijeron por teléfono que “sin problemas” y me dicen que no hay habitación. Maldigo por el Chápiro Verde y me dan una habitación como por caridad. Entonces el que me atiende se mosquea con el que me cogió el teléfono ayer, su suegro. Intento mediar e interviene la suegra, mal encarada. Tanta zafiedad junta hace que me haga a un lado y me vaya a tomar una cerveza. Les doy los veinte euros que me piden y paso de tantas tonterías.

No me acerco al castillo del siglo XV de Don Álvaro de Luna, ni la iglesia de Juan de Herrera. Apenas tengo fuerza ni ganas de pasear. Únicamente ir a una farmacia para comprar tiritas para ver si protejo mis pies. Algo no está yendo bien en este viaje, no tomo buenas decisiones; cualquier casa rural hubiera sido mejor que este alojamiento cutre.

Preparando el viaje de mañana leo que por aquí pasa la ruta “Del cortejo fúnebre de Isabel I”, desde Medina del Campo a Granada, pasando por Toledo. Yo la seguiré hasta Medina del Campo en dirección contraria. No sé lo que supone la existencia de esa ruta.

3ª jornada. 6 de junio de 2019. Jueves. 30 quilómetros o más. Si fuera por el camino del Sureste iría desde Escalona a Cadalso de los Vidrios.

4. De San Martín de Valdeiglesias a Cebreros



1977 Candidatura elecciones generales


Para todos los que os negáis la desesperanza y hurgáis en los resquicios de la libertad por si hay algo ahí que quede por saber.





No soy un turista ¿O sí?

Que si sí que si no, que si paso por los Toros de Guisando o no paso. Los he visto algunas veces, hace mucho, pero no estoy para alegrías y no voy a hacer turismo. Esto es algo que tendré que pensar en otros viajes: turismo sí o no y cuanto.

Puente y calzada romana de Valsordo
Cuatro grados a las siete de la mañana. Salgo de la provincia de Madrid y entro en la de Ávila: orgía de señales y camino cuidado. Intuía este cambio porque en los albergues había visto propaganda del camino de Santiago a su paso por Ávila. Con Cebreros a la vista, a las diez de la mañana, estoy sentado frente a dos puentes sobre el Alberche (el de la Yusta y el de Valsordo. Uno de ellos, romano con tres ojos). Me siento y escribo para hacer tiempo, para no llegar demasiado pronto. El camino ha sido precioso: una senda por prados, entre árboles y rocas de granito. Con la tranquilidad del camino bien señalado. Se une a mi paso un perrazo enorme y me sigue al lado lamiéndome la mano de vez en cuando. No sé si porque es cariñoso o para recordarme que al lado tiene los dientes. Un par de quilómetros y, como vino, se va.

El dolor lo cambia todo

No estoy tomando buenas decisiones, por ejemplo, hoy debería haberme quedado dos horas más en la cama. He dormido mal. Hoy descansaré todo lo que pueda porque mañana es un día larguísimo y con mucha pendiente.

Algunas ideas y sensaciones recurrentes:

-          No acabo de adaptarme al camino. Voy a trancas y barrancas, sin descansos, sin sintonía con el tiempo, el camino ni los lugares.
-          El dolor lo cambia todo. A mí me duelen los pies y no me da tiempo a pensar en mucho más mientras camino.
-          Estoy viejo. Aunque esto ya lo sabía cuando salí.
-          Desde Almoróx es maravilloso el paisaje. Es la montaña de mi infancia: pinos y rocas de granito. De niño pensaba que toda la montaña era así.

-          ¿Qué fue del vino de Cebreros, que en los años cincuenta era espeso como sopa y áspero como lija?

Michel está en la plaza. Le comento la etapa de mañana: 38 quilómetros con tremendos desniveles. Y él me dice con naturalidad que partirá el camino, que hará una parada en San Bartolomé de Pinares. Lo pienso y me enfado por no haberlo pensado yo. Esto es lo que quiero decir: Estoy espeso, no tomo buenas decisiones, me dejo llevar por lo que dice mi guía sin ningún criterio.

¿Qué pasará con mis pies? Uñas negras, pieles levantadas, ampollas reventadas. Nunca me había pasado nada de esto.

La Transición, el vino y las patatas revolconas




Visito el Museo de Adolfo Suarez que es un relato light sobre el desarrollismo de los sesenta, el final del franquismo y la transición. Una exposición sobre mí mismo y a pesar de eso no me reconozco en el relato de las glorias de la realeza, de la nueva élite política y de lo contentos que estábamos de habernos conocido. Recuerdo euforia y mucha desilusión, porque en lo que conseguíamos no reconocía nada de lo que pedíamos a la democracia: pueblo y educación. Aún así nos negábamos la desesperanza y escarbábamos en los resquicios de la libertad individual por si había algo ahí que no sabíamos lo que era.













En Cebreros, el pueblo donde nació Adolfo Suarez, la transición es un negocio, un reclamo turístico que marida bien con las patatas revolconas: La mejor síntesis del rumbo que tomaba la transición, que no era política sino económica y moral.












Extrema derecha y encaje de bolillos
Sus calles están llenas de carteles de la extrema derecha más fascista mezcladas con un certamen de encaje de bolillos. Adolfo Suarez también bebió de esas fuentes.

Me hospedo en el hostal Draco’s. Mia tu si la chorra. ¡Ah! Y el vino de Cebreros es ahora un vino bueno, codiciado y, en algunos casos, caro.

4ª jornada. 7 de junio de 2019,viernes. 18 quilómetros. Si fuera por el Camino del Sureste iría de Cadalso de los Vidrios a Cebreros.

5. De Cebreros a San Bartolomé de Pinares



A todos los lectores y escritores impenitentes que sacrifican tiempo y pensamiento, solo para vivir más veces y más fuerte

El campo tiene ventanas

El estado de mis pies parece haber mejorado bastante. Prescindo de parches y tiritas y me siento mejor. El suelo es amable, de praderas y arena, pero a última hora cometo un error que me avoca a la carretera los últimos cuatro quilómetros. Cuando faltan dos, llevo los pies recocidos y me pongo las sandalias.

Todos los caminos llevan a un campo de fútbol
El viaje empieza pisando un tramo de calzada romana que me emociona. Vaya usted a saber por qué. Luego enlaza con un camino que desemboca en un campo de fútbol. La dureza de la subida al Puerto de Arrebatacapas (1068) se compensa con un paisaje que va creciendo con mi cansancio. Después continúo por unas navas inclinadas hasta los 1200 metros. 

Terreno de ganado: vacas y caballos. Por los prados voy eligiendo caminos, pasando vallas y cercas, dependiendo de que se interpongan más o menos vacas en mi camino y que me parezcan más o menos amigables. En el altiplano hay mil caminos confusos, sendas de los animales y los ganaderos. Por eso, a pesar de las buenas señales, me despisto algunas veces y me sacan del atolladero ganaderos que, aunque no se les vea, aparecen cuando se les necesita. El campo tiene ventanas, me dijeron para que supiera que todo lo que hagas, aunque te creas en la soledad más absoluta, hay alguien que lo ve. En un momento decido quedarme a cagar detrás de unos enebros. La única planta vertical del paisaje, que me hace como de biombo. A lo lejos cuatro caballos azuzados por un jinete en extraña montura parecen venir en esta dirección, pero están muy lejos. Y cuando estoy en el primer apretón ya escucho nítidos los cascos de los caballos. Decido abortar el desahogo y, no me ha dado tiempo a sujetarme los pantalones, cuando ya es un estruendo el trote de los caballos, que vienen hacia el camino que yo tapono, me asomo detrás del enebro y al verme giran, relinchan, piafan y pasan por delante de los enebros, apenas a dos metros de mí. Detrás aparece el ganadero montado en una Vespino, convertida en moto trialera, a la que ayuda a subir la cuesta remando con los pies. Me saluda sin parar, porque si para no vuelve a poner en marcha el vetusto artilugio.

Salgo de mi atolladero, con los intestinos alborotados, y en el punto más alto del altiplano tengo una vista circular del territorio. Atravieso un cercado con permiso de unas vacas y terneros, cruzo una carretera y cuando quiero pasar otra valla para incorporarme al camino, una cohorte de vacas me espera para hacerme pasillo ¡Tararí que te vi! Prefiero seguir por la carretera, que también es bonito.
Cruzo por praderas de cantueso y comienzo a pensar que bien se merecen un poema. Tomo notas: Penacho de pétalos desorganizados que recuerdan el vuelo de las mariposas al borde de un barranco (Esta es una imagen de la Sierra de Espadán, en Castellón). Su color morado huele desde lejos. Su olor evoca el color morado. Si un color tiene olor no tienes que acercarte para oler.

Música para los caballos

Casi no me duelen los pies y estoy contento. Saco la armónica, por primera vez en el viaje, y doy un concierto a un caballo que al principio se sorprende y recula. Escucha y después se acerca. Cuando me voy le doy un encargo: Ahora vas y lo cuentas. Me propongo intentarlo con las vacas.

Cascorro, pollo al ajillo y literatura

En San Bartolomé de Pinares me alojo en el Hostal El Patio. De madera y oscuro, la primera impresión no es buena. Creo que hubiera hecho bien quedándome en el albergue municipal. Parece que el hostal lo lleva este hombrón de mostacho blanco. Parece que no me ve ni me oye, es incapaz de facilitarme jabón para la habitación, le pregunto el precio y él habla con un parroquiano que acaba de llegar. Con retranca, bromeo y no me entiende, le repito la pregunta despacio, como si fuera extranjero. Entonces aparece ella, una mujer regordeta que habla con voz cristalina y castellano abulense con buen sentido del humor. Ya me ha pasado varias veces, son las mujeres las que llevan la hostelería del camino con eficacia. Da las órdenes precisas al del mostacho, que se bebe un botellín de un trago, me facilita el jabón y a Michel, que ya ha llegado aquí, le conecta el móvil a la Wifi. En el camino he podido seguir las huellas del francés. Él me enseñó a hacerlo.

Buscando un bar paso por la Plaza del Ayuntamiento y veo una estatua de Cascorro que parece ser que se crió aquí. Pregunto a un señor lleno de medallas e insignias de todas las cofradías posibles y resulta ser como el cronista de la ciudad y el dueño del bar al que voy. A los veinte minutos de información sobre la historia del lugar y de España en general invento mil razones para seguir mi visita al pueblo. Intenta que me abran el Ayuntamiento, enseñarme los artesonados de la iglesia, en un momento pasa uno que sabe el riesgo que corre si se para a saludar y le hace un gesto con la mano, sin pararse, pero el cronista tiene algo que decirle y sale detrás de él y yo puedo escapar y esconderme en su bar. Merece la pena el lugar y comería algo, pero llevo el estómago estragado de los macarrones con chorizo y el pollo al ajillo, con mucho ajillo, que me he comido en la fonda al tiempo que me bebía entera una frasca de vino áspero.

Me siento en la iglesia con profusión de madera en la techumbre y el coro. Me siento cómodo aquí. Por la calle me admiro del uso de la piedra a porfía, en la construcción y el adorno.
En la habitación hay una biblioteca con los siguientes ejemplares:

-          
      Agosto 1914 Soljennitsin.
-        Quo Vadis? Y Los caballeros teutones de Enrique Siekiewicz.
-          El cantar de Roldan. Roncesvalles y Los Caballeros del Santo Grial.
-          Piel de zapa. Honorato de Balzac.
-          Historias de una momia. Teófilo Gautier.
-          Cristianos nuevos. J. Gamarra.




Ni Siekiewicz se llamaba Enrique ni Balzac, Honorato ni Gautier, Teófilo. Entre patético y ridículo resulta la traducción de los nombres. Me leo el cantar de Roldan y tan a gusto. Estoy contento por haber partido la jornada.

5ª jornada. 8 de junio de 2019, sábado. 18 quilómetros

6. De San Bartolomé de Pinares a Ávila



Dedicado a mis amigos Conversos, dispersos por el mundo.


El tiempo que tarda en pasarse por agua un huevo

Para empezar el camino: bosque de encinas. Me abrazo a una y, para medir el tiempo que estoy abrazado rezo un Padrenuestro. Es una oración, pero también el tiempo que tarda en hacerse un huevo pasado por agua. No es la primera vez que, en un momento de abandono, reacciono con una oración. En una de las iglesias que he visitado creo que también he hecho algo parecido a rezar. Tal vez fue un vahído, una caída de las defensas.

Después de Herrandón de Pinares, que tiene puente bonito y una bonita iglesia, hay una subida a pico y un largo barranco que va subiendo hasta el Puerto del Boquerón, a 1300 metros. En el camino hay muchas vacas, que pasan de mí y yo de ellas. Pero a una que lleva pendientes, le interpreto un concierto de armónica y muda sus ojos vacunos, mansos, en sorprendidos. Pasado el puerto, todavía subo unos metros más y estoy en el punto más alto del viaje; aproximadamente en la mitad del camino a Palencia.

Tornadizos es lo mismo que conversos

Por unas navas peladas y tranquilas comienzo a bajar a Tornadizos de Ávila. Tornadizos es el nombre de los pueblos repoblados con conversos. Creo que lo de repoblados es un eufemismo, lo habitual es que fueran el gueto a donde, los cristianos viejos y poderosos, expulsaban a los mozárabes y de paso se quedaban con lo que tuvieran. A mí lo de los conversos me recuerda las Conversas Gallegas y la Orden de Conversos (de Conversar y de convertidos, tornadizos) que fundó Jose Luis Salvador y estamos dispersos por el mundo.

En el bar donde descanso, entra Michel y tomamos juntos un café. Yo me voy antes de que él termine. Nos hemos acostumbrado a no hablar, pero nos reconforta nuestra presencia. Él es más inteligente para distribuirse las jornadas: sale más tarde y descansa más. Desde Tornadizos de Ávila ya se ve Ávila de los Caballeros (hay que ver como les gusta poner aquí apellidos a todos los lugares). Por camino ganso, a buen paso llego al Albergue Tenerías, de la Asociación del Camino de Santiago. Con lavadora, limpio y llave para mí. Estoy solo al principio, aunque luego llegará Javier, un curita de unos treinta años. Al irme dejo un donativo de diez euros. Dos lavadoras he puesto y me llevo toda la ropa limpia.

Paseo por Ávila con la cabeza levantada mirándolo todo, parándome muchas veces y queriéndome parar más. Este no es un lugar que el caminante pueda conocer de paso. Es el primer lugar al que vine de excursión en mi infancia, tal vez siete años, con la catequesis de Santiago el Mayor de Toledo y, aunque no sé cuánto hay de cierto en mi memoria, guardo algún recuerdo: una fuente, pilón más bien, y una plaza que hoy no reconocería. Es domingo y la ciudad está llena de turismo impenitente, temeroso de caer rendido en uno de esos lugares para el turismo en los que se practica aquello tan hispano del “ave de paso, cañazo”. El resultado es que están llenos los Burger o los Mil Montaditos y escasos los demás establecimientos. Ya veremos cómo o por qué razón volveré por aquí.

En un bar, una franquicia de esas de las que abomino, termino un poemita, un haiku, dedicado al cantueso.

CANTUESO
No te acerques,
para olerlo basta
mirar su color.

6ª jornada. 9 de junio de 2019, domingo. 20 quilómetros

7. De Ávila a Gotarrendura.

A todos los que ven belleza en cualquier detalle cotidiano, en los paisajes que frecuentan y en los caminos que hacen.


Ruta Teresiana y cambio de paisaje

Hace mucho frío a la salida de Ávila. Me paro en las Cuatro Columnas para ver el amanecer de la ciudad, aunque hoy está nublado y no podré ver el sol iluminando las murallas. En el camino a Narrillos de San Leonardo, con Javier pisándome los talones, empiezo a ver unas señales blancas de las Rutas Teresianas: ¡qué inventos! Nadie hará ese camino —pienso—. Me alcanza Javier y caminamos juntos un rato. Él está haciendo la Ruta Teresiana hasta Alba de Tormes. Como es joven y zanquilargo, después de hablar un ratito, le dejo que siga.

Entre Narrillos y Cardeñosa hay un camino gustoso, sombreado, limitado por vallas de piedras y carrasca. Pasamos por un trozo de calzada, no sé si romana, medieval o rastros del camino real. Es emocionante ese trozo de camino en el que se esconden los vestigios de un pueblo, Cenalmor, que esconde misterios sobre su nombre hebreo y su desaparición.

A Cardeñosa llego con Javier, a quien he alcanzado al tomar un atajo, y en un bar nos comemos un bocadillo estupendo y baratísimo. Se lo decimos al dueño y nos dice que eso es lo que vale y que no es legal cobrar más. Salimos de Cardeñosa por un camino que lleva al cauce de un río y está lleno de vegetación entre lajas de piedra, y de golpe se acaba toda vegetación silvestre y aparece la más tópica tierra de Castilla, plantada de cereales. La comarca es la Moraña, estamos muy altos y las dimensiones son infinitas.








No hay nada vertical en el paisaje, ni árboles, ni montañas. La única referencia vertical son unos cipreses a lo lejos y las cruces esbeltas que hay de tanto en tanto. En el camino hay un castro cercano de un pueblo de vetones de la edad del hierro, las Cogotas, Aquí aumenta mi sensación de falta de tiempo: debía visitar este castro.








Entre unas cosas y otras, esta jornada parece que tiene muchas cosas que ver. Otra vez será. Al pasar por Peñalba de Ávila hay en la calle un potro de herrar, de piedra, hierro y madera. Como ya no se usa para los caballos está de adorno.







Una reunión multitudinaria y un poema improvisado

En Gotarrendura nos reunimos en la misma habitación, en dos literas bastante juntas, Javier, Phillippe (que es el verdadero nombre de Michel) y yo. Vienen dos más que se alojan al lado: un matrimonio que sigue también la Ruta Teresiana. El pueblo se moviliza para atendernos. El bar está cerrado y se abre para nosotros. A las cinco nos darán de comer. Mientras esperamos en la plaza se nos vienen encima todos los pacientes de una residencia de discapacitados mentales que nos asedian con preguntas nada simples. Están algo alterado, sorprendidos porque les hemos ocupado su banco a la sombra de todos los días. No hay que dejarse engañar por su gesto descompuesto, la plaza ha tomado una vida insospechada y alegre en este pequeño pueblo.


Yo tomo notas para empezar a hacer haikus a los árboles. Encinas: alimenticias, femeninas (entre el roble, la carrasca, el algarrobo, el olivo…), nutricias, equilibradas, sombra y buena madera. Uno me pregunta que qué escribo y le digo que una poesía a los árboles y se me amontonan alrededor queriendo escuchar mis versos. Se dan por satisfechos cuando improviso rimas al estilo de Gloria Fuertes: Las encinas asombran porque dan sombra, dan madera buena para calentar la cena y bellotas… ¡Pa los guarros! Dice uno y ríen todos.

Gotarrendura es la tierra natal de Teresa de Jesús. Al menos de sus padres y hermanos. Para Javier un hito en su ruta. Intenta ver la casa familiar y el palomar que fue metáfora de los conventos que la monja renacentista iba fundando: “…comenzando a poblarse estos palomarcitos de la Virgen Nuestra Señora”.

Por fin comemos: dos navarros, un francés, un madrileño y yo; alegres y agradecidos a pesar de la hora. La cocinera y alma del bar, es una rumana, sin ningún acento, que habla varios idiomas y se entiende bien con Phillippe. Apenas hemos comido y hemos concertado la cena a las ocho y media. El desayuno a las siete y media de mañana. Antes de dormir consigo hilar unas ideas sobre las encinas en un haiku.

Encina
Tu fruto sacia
eres madre feraz
tu abrazo calma.
Dehesa
Lugar vallado
soñado y distante
placer iluso.

7ª jornada. 10 de junio de 2019, lunes. 22,4 quilómetros.





8. De Gotarrendura a Arévalo.



                                  A quienes aman los caballos. 


Recuerdos de la Herrería. El Pinorra

Al salir de Gortarrendura, al pie de la iglesia de San Miguel, un paisano me pone al día del desastre que la sequía ha provocado en el trigo. Ya está recogido, un mes antes de lo habitual, y apenas sirve para forraje de los animales. Es lo que llevo viendo desde que salí,; en la provincia de Toledo ya lo estaban recogiendo hace una semana. Paso por Hernansancho y El Bohodón sin poder tomar un refrigerio y al pasar por Tiñosillos, al tiempo que Phillippe me alcanza, llega nuestra ama rumana y nos dirige a un bar que también regenta ella. Al tiempo que nosotros llega un caballero, sombrero de ala ancha de fieltro con adornos de cuero y botas de caña alta, que ata sus monturas en una reja próxima al bar. Nuestra ama nos invita a un café.

A partir de Tiñosillos hay quince quilómetros de pinos resineros resinados. Una industria que pensé que había desaparecido pero que aquí explota y cuida el pinar. Inevitablemente recuerdo a Gregorio, el Pinorra por mal nombre, que me dio cobijo en la Serranía de Cuenca y supe de su vida, una historia de amor perseguido que le hizo huidizo y desconfiado.
Los pinos y los pinares me animan a seguir trabajando los haikus dedicados a los árboles.


Pinar
Sombra del pinar
brisa enamorada
beso cálido.
Pino
Sin apellidos,
un pino es un pino
y da piñones.


Caballero en dos caballos

Camino con Phillipe, ahora tú delante, ahora detrás, y mi musculo tibial de la pierna derecha comienza a dolerme. Es el resultado de tantos quilómetros cojeando por el dolor en el pie izquierdo.
Me adelanta el caballero de los dos caballos que pasa la mitad de cada año haciendo rutas por cañadas con sus monturas. Ahora sé que viene de Asturias. Le pido que pose para una foto para enseñársela a mis amigos, que aman los caballos, y posa orgulloso.


Me alojo en el Hostal del Campo y paseo por Arévalo, que creí que conocía pero que no es verdad. Su casco antiguo está lleno de propuestas mudéjares, renacentistas y barrocas. Plazas porticadas… A pesar del cansancio doy un buen paseo y como manitas de cerdo y no sé qué otras cosas asquerosas buenísimas. En la oficina de información me dicen que hay un albergue municipal abierto hace menos de un año, pero ya no quiero albergues dudosos.







Mis zapatillas cumplen 1200 quilómetros.







8ª jornada. 11 de junio de 2019, martes. 28 quilómetros.

9. De Arévalo a Medina del Campo



Al Pinorra que amaba los pinos y con quien hablaba de la vida y los tomates.

 ¿Ande vamos caminante?


Vuelvo a pasar por la desviación a otro Tornadizos, esta vez de Arévalo. En la Olmedilla intento tomar un café que no es posible. Entrando en Palacios de Goda me aborda un cojo que me sale al encuentro.
—¿Ande vamos caminante?
—A Medina
—¿De ande venimos?
Cuando me lo preguntan, a unos les digo que de Toledo y a otros que de Valencia. Depende de lo épico que tenga el día.
—De Valencia vengo. —Pero a este le tiene al fresco la hazaña—.
—Pero hoy ¿de ande ha salido?
—De Arévalo
—¿Y ayer?
—De Gotarrendura
—En La Olmedilla tengo yo unos corrales y esos de ahí son míos, que se los tengo arrendados a uno de Ataquines que le han subido el precio y ha buscado unos más baratos. Más lejos están, pero como tiene agua pa los corderos…
Se da la vuelta para acompañarme en la entrada al pueblo. Como si me hiciera un favor.
—Pero no me lleve muy vivo.
Con esfuerzo me pongo a su paso angustioso y al llegar a los corrales se da la vuelta y ve a Phillippe en el horizonte.
—Allí viene otro. A ver que se cuenta. Gracias por el rato —se despide de mí—
Supongo que lo hace todos los días con todos los viajeros. Espero que se entienda bien con el francés. Yo como tengo la conciencia de haber ralentizado mucho el viaje acelero y paso por Palacios de Goda sin fijarme mucho.

Unas ruinas y una seca despedida
Paso por las ruinas de adobe de Honquilana. Los pueblos antiguos apenas dejan rastro. solo barro y madera vieja. Algunos restos de teja. 
En Ataquines, junto a la A-6, paro en el Hotel los Arcos y llega Phillipe para quedarse. En su guía todas las etapas de más de treinta quilómetros están partidas. Para mí lo extraordinario es pasar de cuarenta, pero tengo que volver a pensar si es correcta mi estrategia. Me despido de Phillippe porque después de Medina yo no seguiré el camino que marcan las guías y cuando le abrazo se pone rígido como un palo. Él sabrá.
Rastros del fascismo









Yo sigo el camino, junto a la autopista y se me hace ingrato y largo. En San Vicente del Palacio una placa en la iglesia, bendito sea dios, recuerda a José Antonio Primo de Rivera, Onésimo Redondo, al alférez Toribio y al sargento Isacio Sanz San ¿? debajo de un símbolo fascista y una cruz. A las puertas de Medina hay una casa fea (podría ser una casa de putas si la pintaran de naranja y azulón) de bandera de España y vivas a Franco. Es agotador este país. Pasan unos alemanes en bici y se paran a fotografiar el desatino.





Ahora la comarca es Tierras de Medina. También aquí la Loca del Sacramento fundó otro hospital y Juana la Loca estuvo recluida en el Castillo de la Mota. Ni ganas de pasear tengo, todo parece contaminado por esa militancia cainita. Unas fotos a San Antolín por ser quien es y un paseo buscando un sitio donde comer. Al final compro comida en un supermercado y me la como en un banco.








9ª jornada. 12 de junio de 2019, miércoles. 28 quilómetros.

10. De Medina del Campo a Valdestillas


 A mis amigos que viven cerca del mar y lo admiran todos los días






Viaje sin flechitas amarillas


Día sin señales. Me pongo en camino inquieto porque este camino ya no tiene apellidos: ni de Santiago, ni de Santa Teresa, ni de nada ni de nadie. Quiere decir que aquí ya no puedes esperar señales. Uso el navegador del teléfono móvil a modo de mapa cuando lo necesito, aunque sigo preguntando y dejándome aconsejar y eso unas veces es bueno y otras veces es malo.



Recuerdos del mar
Llego a Rodilana, en el momento en el que un jinete acomete un molino de viento, y lo paso de refilón por el campo de fútbol, cuyas porterías enmarcan la torre de la iglesia. Recojo del suelo siete piedras de pedernal para guardarlas de recuerdo. Y desde allí subo a Pozaldez y empiezan los paisajes que inevitablemente me evocan el mar y la navegación. Las torres como faros y las casas como naves. Y entonces recuerdo los días en los que veía el mar todos los días y que ahora revivo cuando desde el Puerto de Sagunto o desde Denia mis amigos me envían fotos de los amaneceres o los atardeceres. Pura vida.

Pozaldez me recibe con un homenaje a la Vespa y una iglesia que se esfuerza por no parecer una mezquita. Allí me indican bien por donde ir a Valdestillas, pero mal, porque interviene un tercero que celoso de que no me equivoque me equivoca. En cualquier caso voy por un camino precioso, un altiplano de cereales flanqueado por las torres de iglesiotas mudéjares. Paso tres o cuatro horas de disfrute pletórico. Hasta que me doy cuenta de que me he desviado del camino.

Por todos los caminos se llega a Valdestillas


Estoy en algún punto indeterminado entre Pozaldez, Ventosa de la Cuesta y Matapozuelos. A lo lejos La Seca. Un pastor me aclara que para llegar a Valdestillas cualquier camino es bueno y que si voy por allá bien y si voy por otro lado también. Opto por pasar por Ventosa de la Cuesta y acabo en el polideportivo de la zona en la que un profesor de educación física da una clase de psicomotricidad o Pilates o todo junto (que es una buena idea) a varias mujeres de la zona y un hombre. Allí me indican, bien o regular, como hay que llegar a Valdestillas. Pero ya he hecho más quilómetros de los que debía y voy cansado. Las cinco horas previstas fueron siete y al final con mucho calor.
He aprendido que usar el navegador del teléfono es bueno pero que hay que saberlo usar y hoy no lo he hecho bien: si el circulito, azul que eres tú, no está encima del camino, no estás bien. No vale estar cerca: encima. Mañana lo haré bien.

A la entrada de Valdestillas, creo que debo llevar cara de cansado, un rumano y dos mujeres que vienen de trabajar, me regalan agua, me ofrecen que coma con ellos y me desean:”Dios que te bendiga”. Yo les agradezco su bondad.
El mesón Taquita recoge una ruta que viene de Madrid frecuentada por ciclistas y el camino les da la vida. La proximidad del tren y el cansancio me hace pensar que tal vez mañana sería bueno ir en tren.

10ª jornada. 13 de junio de 2019, Jueves. 28 kilómetros aproximadamente.