A todos los lectores y escritores impenitentes que sacrifican tiempo y
pensamiento, solo para vivir más veces y más fuerte
El campo tiene
ventanas
El estado de mis pies parece haber mejorado bastante.
Prescindo de parches y tiritas y me siento mejor. El suelo es amable, de
praderas y arena, pero a última hora cometo un error que me avoca a la
carretera los últimos cuatro quilómetros. Cuando faltan dos, llevo los pies
recocidos y me pongo las sandalias.
Todos los caminos llevan a un campo de fútbol |
El viaje empieza pisando un tramo de calzada romana que me
emociona. Vaya usted a saber por qué. Luego enlaza con un camino que desemboca en un campo de fútbol. La dureza de la subida al Puerto de Arrebatacapas
(1068) se compensa con un paisaje que va creciendo con mi cansancio. Después continúo
por unas navas inclinadas hasta los 1200 metros.
Terreno de ganado: vacas y
caballos. Por los prados voy eligiendo caminos, pasando vallas y cercas, dependiendo
de que se interpongan más o menos vacas en mi camino y que me parezcan más o
menos amigables. En el altiplano hay mil caminos confusos, sendas de los
animales y los ganaderos. Por eso, a pesar de las buenas señales, me despisto
algunas veces y me sacan del atolladero ganaderos que, aunque no se les vea,
aparecen cuando se les necesita. El campo tiene ventanas, me dijeron para que
supiera que todo lo que hagas, aunque te creas en la soledad más absoluta, hay
alguien que lo ve. En un momento decido quedarme a cagar detrás de unos enebros.
La única planta vertical del paisaje, que me hace como de biombo. A lo lejos
cuatro caballos azuzados por un jinete en extraña montura parecen venir en esta
dirección, pero están muy lejos. Y cuando estoy en el primer apretón ya escucho
nítidos los cascos de los caballos. Decido abortar el desahogo y, no me ha dado
tiempo a sujetarme los pantalones, cuando ya es un estruendo el trote de los
caballos, que vienen hacia el camino que yo tapono, me asomo detrás del enebro
y al verme giran, relinchan, piafan y pasan por delante de los enebros, apenas a
dos metros de mí. Detrás aparece el ganadero montado en una Vespino, convertida
en moto trialera, a la que ayuda a subir la cuesta remando con los pies. Me
saluda sin parar, porque si para no vuelve a poner en marcha el vetusto
artilugio.
Cruzo por praderas de cantueso y comienzo a pensar que bien
se merecen un poema. Tomo notas: Penacho de pétalos desorganizados que
recuerdan el vuelo de las mariposas al borde de un barranco (Esta es una imagen
de la Sierra de Espadán, en Castellón). Su color morado huele desde lejos. Su
olor evoca el color morado. Si un color tiene olor no tienes que acercarte para
oler.
Música para los
caballos
Casi no me duelen los pies y estoy contento. Saco la
armónica, por primera vez en el viaje, y doy un concierto a un caballo que al
principio se sorprende y recula. Escucha y después se acerca. Cuando me voy le
doy un encargo: Ahora vas y lo cuentas. Me propongo intentarlo con las vacas.
Cascorro, pollo al
ajillo y literatura
En San Bartolomé de Pinares me alojo en el Hostal El Patio. De
madera y oscuro, la primera impresión no es buena. Creo que hubiera hecho bien
quedándome en el albergue municipal. Parece que el hostal lo lleva este hombrón
de mostacho blanco. Parece que no me ve ni me oye, es incapaz de facilitarme
jabón para la habitación, le pregunto el precio y él habla con un parroquiano
que acaba de llegar. Con retranca, bromeo y no me entiende, le repito la
pregunta despacio, como si fuera extranjero. Entonces aparece ella, una mujer
regordeta que habla con voz cristalina y castellano abulense con buen sentido
del humor. Ya me ha pasado varias veces, son las mujeres las que llevan la
hostelería del camino con eficacia. Da las órdenes precisas al del mostacho, que
se bebe un botellín de un trago, me facilita el jabón y a Michel, que ya ha
llegado aquí, le conecta el móvil a la Wifi. En el camino he podido seguir las
huellas del francés. Él me enseñó a hacerlo.
Buscando un bar paso por la Plaza del Ayuntamiento y veo una
estatua de Cascorro que parece ser que se crió aquí. Pregunto a un señor lleno
de medallas e insignias de todas las cofradías posibles y resulta ser como el
cronista de la ciudad y el dueño del bar al que voy. A los veinte minutos de
información sobre la historia del lugar y de España en general invento mil
razones para seguir mi visita al pueblo. Intenta que me abran el Ayuntamiento,
enseñarme los artesonados de la iglesia, en un momento pasa uno que sabe el
riesgo que corre si se para a saludar y le hace un gesto con la mano, sin
pararse, pero el cronista tiene algo que decirle y sale detrás de él y yo puedo
escapar y esconderme en su bar. Merece la pena el lugar y comería algo, pero
llevo el estómago estragado de los macarrones con chorizo y el pollo al ajillo,
con mucho ajillo, que me he comido en la fonda al tiempo que me bebía entera
una frasca de vino áspero.
Me siento en la iglesia con profusión de madera en la
techumbre y el coro. Me siento cómodo aquí. Por la calle me admiro del uso de
la piedra a porfía, en la construcción y el adorno.
En la habitación hay una biblioteca con los siguientes
ejemplares:
Agosto 1914 Soljennitsin.
- Quo Vadis? Y Los caballeros teutones de Enrique Siekiewicz.
-
El cantar de Roldan. Roncesvalles y Los
Caballeros del Santo Grial.
-
Piel de zapa. Honorato de Balzac.
-
Historias de una momia. Teófilo Gautier.
-
Cristianos nuevos. J. Gamarra.
Ni Siekiewicz se llamaba Enrique ni Balzac, Honorato ni
Gautier, Teófilo. Entre patético y ridículo resulta la traducción de los
nombres. Me leo el cantar de Roldan y tan a gusto. Estoy contento por haber
partido la jornada.
5ª jornada. 8 de junio
de 2019, sábado. 18 quilómetros
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